Juan Román Riquelme, presidente de Boca, tiene razón cuando afirma que la decisión de imponerle una salida al club formador siempre termina siendo del jugador mismo, como sucedió con el pibe Valentín Barco. Y Riquelme recordó su propio caso, cuando él tenía 18 años y Boca lo quiso vender a Parma y él se negó, porque primero, advirtió, quería ser campeón con Boca. Es cierto. Los tiempos hoy no son los mismos. Pasaron demasiados años. Pero, más importante aún, nadie es igual a nadie.
Riquelme recordó además que el jugador no decide solo. Que también está la familia. Y, más importante aún, también está el representante. Esto último lo dijo con énfasis. Y dijo que no era casual acaso que el representante de Barco, Adrián Ruoco, era a su vez el mismo de Santiago Castro, otro jugador del Sub-23 que está jugando en Venezuela y que forzó su salida de Vélez. Fue todo tan intempestivo que Castro debió abandonar el Preolímpico de Venezuela en viaje relámpago a Buenos Aires para completar los trámites de la trasferencia.
El Sub-23 que dirige Javier Mascherano ya había perdido a Julián Malatini, porque Defensa y Justicia lo transfirió a Werder Bremen y el club alemán negó la cesión al seleccionado. Y forma parte de ese plantel “Diablito” Echeverri, que también forzó a River a venderlo a Manchester City. El éxodo de cracks juveniles dista de ser nuevo. La crisis económica (enésima) potencia las partidas. Todos buscan “salvarse”.
Hasta suena sorprendente que, en medio de la crisis, los clubes de Primera (justo en la semana en la que comenzó la Copa de Liga) presenten un superávit cercano a los 30 millones de dólares en la cuenta de ventas y compras. ¿Alguna otra industria puede presentar una cuenta similar? ¿Será con ese negocio que desean quedarse los que aguardan ansiosos que nuestros clubes se transformen en Sociedades Anónimas Deportivas (SAD)?
Desde que la propia FIFA cambió sus reglamentos, los jugadores (especialmente los cracks) quedaron en condiciones de clara ventaja respecto de sus clubes. Exigen contratos cortos y cláusula baja. Caso contrario no firman. ¿Puede el club, como está haciendo Independiente con “Santi” López, decirles entonces que no jugarán y así arriesgarse a que, cuando finalice el vínculo, se irán sin dejar siquiera un peso? ¿Pueden darse ese lujo?
Otras voces afirman que la decisión no puede ser individual, sino colectiva. Y que debería partir de la propia AFA. Que esos jugadores que fuercen a los clubes no deberían ser convocados tampoco a las selecciones nacionales. Una maniobra polémica, porque inclusive puede ser interpretada como un abuso. En rigor, está sucediendo todo lo contrario. La AFA tiene un sistema de vigilancia para no perder detalle y poder convocar a todos los pibes que parten rápido hacia Europa. ¿Acaso podría darse la AFA el lujo de perderlos? No es un debate fácil. Nuestra Liga por ahora es la gran derrotada. Nuestros hinchas. Nuestro fútbol. Nuestro campeonato que inició una nueva temporada y perdió a los mejores, como nos sucede desde hace décadas.